De un “proyecto esotérico” a la tecnología de edición genética Crispr

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De un “proyecto esotérico” a la tecnología de edición genética Crispr

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Por Ellie Kincaid y Michela Tindera

Cuando Rachel Haurwitz comenzó su doctorado en Biología en la Universidad de California, en Berkeley, la galardonada bioquímica Jennifer Doudna sugirió que Haurwitz investigara parte de un sistema inmunitario bacteriano. Estudió la manera en que los microbios almacenan recuerdos genéticos de virus atacantes y los reconocen para luchar contra futuros ataques. “Fue un proyecto esotérico”, dice Haurwitz.

Pero ya no lo es. Este sistema, llamado Crispr, se ha convertido en una de las tecnologías más en boga en el mundo de la biología, con el potencial de dar a los científicos el control de los componentes básicos de la vida y, a los inversionistas, grandes recompensas económicas. Crispr no tenía una relevancia obvia para la salud humana cuando se descubrió por primera vez, en 1987; pero Doudna, quien ganó el Premio Breakthrough en Ciencias de la Vida, por su trabajo en Crispr, junto con otros pioneros, han descubierto formas de convertirlo en una herramienta de edición de genes. Haurwitz y Doudna ayudaron a fundar Caribou Biosciences en 2011 para llevarlo a la práctica. Haurwitz, aún en sus veintitantos, se convirtió en CEO al año siguiente.

Haurwitz no es la única. Otros jóvenes empresarios ven oportunidades en la edición de genes. Doudna cofundó Mammoth Biosciences con algunos de sus otros estudiantes de doctorado y dos Ph.D. de Stanford. Trevor Martin, el CEO de 30 años de la compañía, ha recaudado 23 millones de dólares (mdd) entre inversionistas como el CEO de Apple, Tim Cook. En 2015, en Cambridge,

Massachusetts, Luhan Yang, de 29 años, fundó eGenesis con su mentor, el genetista de Harvard George Church, para usar Crispr con objeto de ayudar a trasplantar órganos de cerdo a humanos. Omar Abudayyeh y Jonathan Gootenberg, también en sus 20 años, cofundaron Sherlock Biosciences con otro pionero de Crispr, Feng Zhang, de 37 años, del Instituto Broad, MIT y Harvard.

“Pueden ser jóvenes, pero, en ambos casos, se trata de personas que están, científicamente, a la cabeza de su juego”, dice Doudna sobre sus cofundadores. “Son audaces, de todas las formas correctas, y están muy conscientes de los desafíos éticos”.

Dado que nadie había creado una compañía con Crispr hasta hace unos años, “quizás haya más oportunidades para las personas con antecedentes no tradicionales”, dice Haurwitz.

Crispr es un acrónimo en inglés que, traducido, significa: “Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas”. Se refiere a la forma como las bacterias almacenan, en sus genomas, fragmentos de ADN viral, como si fueran fotos de criminales. Estos marcadores se usan para identificar invasores reincidentes, del mismo modo que el sistema inmunológico humano usa elementos reveladores de un virus de polio recordado de una vacuna.

Si un virus invasor coincide con una foto almacenada, las enzimas asociadas con Crispr rompen en pedazos inofensivos el ADN letal del virus. Doudna y otros descubrieron cómo usar esas enzimas para cortar el ADN en puntos precisos con el fin de insertar o modificar genes. Crispr promete facilitar el proceso, costoso y lleno de errores, de reescritura del ADN, abriendo nuevas formas de tratar las enfermedades causadas por mutaciones genéticas, crear pruebas de diagnóstico más baratas e ingeniar células que matan el cáncer.

Ocho años después de su puesta en marcha en Berkeley, Caribou ha recaudado 41 mdd y ha obtenido acuerdos de licencia, potencialmente por valor de cientos de millones de dólares, con DuPont Pioneer, Novartis y otros. Está empezando a desarrollar terapias médicas.

Haurwitz creció en Austin, Texas, y obtuvo una licenciatura en Biología en Harvard. No tenía un plan claro cuando asistió a la Universidad de California en Berkeley, pero pensó que podría llegar a ser abogada de patentes.

Esa posibilidad cambió mientras cursaba su doctorado. El trabajo se puso más emocionante. Haurwitz y Doudna pasaron mucho tiempo hablando sobre cómo podrían reutilizar a Crispr para modificar los genomas a fin de curar enfermedades. Si programas el sistema Crispr de origen para cortar el gen que deseas modificar, es teóricamente posible usarlo para cambiar el código genético de “fallas” que causan enfermedades o interrumpen la producción de una proteína no deseada.

Caribou comenzó a madurar la idea de hacer que la tecnología Crispr estuviera disponible para la edición de ADN en campos como desarrollo de medicamentos, agricultura e investigación biológica básica. Los cofundadores no querían dejar la academia y estaban “lo bastante locos como para permitir que una joven de 26 años, sin ninguna experiencia empresarial, asumiera el papel de presidente y directora ejecutiva”, dice Haurwitz.

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Científicos y emprendedores en Crispr, en la Cumbre de Forbes 30 Under 30, en Boston. Desde la izquierda: Omar Abudayyeh (Sherlock Biosciences), Catherine Freije (pronto Ph.d. del Instituto Broad del MIT y Harvard), Trevor Martin (Mammoth Biosciences), Cameron Myhrvold (becario postdoctoral en Broad) y Jonathan Gootenberg (Sherlock Biosciences). Freije y Myhrvold son coautores de un artículo en Science, con Gootenberg y Abudayyeh, que es ya el fundamento de Sher¬lock Technologies. Foto: Jamel Toppin para Forbes.

Ella tomó algunas clases de Negocios antes de obtener su doctorado, y luego se lanzó a los capitalistas de riesgo para financiar una tecnología que en realidad no entendían. Caribou estaba obteniendo una licencia exclusiva para algunas patentes de Crispr en posesión del sistema de la Universidad de California y la Universidad de Viena. Sin embargo, “casi todos los inversionistas de riesgo (venture capital) con los que hablamos contestaban: ‘Meh…’ [un remedo de bostezo]”, recuerda Haurwitz. Eso pasó en 2012, y pensaron que estaba sobreestimando el potencial de Crispr.

Las investigaciones que impulsaron a Crispr a la luz pública llegaron al año siguiente, y pronto siguieron los dólares de los inversionistas y una ola de nuevas empresas. Editas Medicine, cofundada por Feng Zhang, de Sherlock, recaudó 43 mdd para aplicar la tecnología en terapias médicas. Le siguió Intellia Therapeutics, cofundado por Caribou, que recaudó 15 mdd en su lanzamiento, en 2014. Y Crispr Therapeutics, fundada por el pionero de Crispr Emmanuelle Charpentier, recaudó 89 mdd. Los tres se hicieron públicos en 2016 y ahora tienen una capitalización de mercado combinada de 3,800 mdd.

Mientras tanto, Haurwitz estaba siendo contactada por las compañías de medicamentos y fitomejoramiento. DuPont lideró una inversión de 11 mdd en 2015. Caribou recaudó otros 30 mdd el año siguiente, y ha podido mantenerse con ese financiamiento y pagos por licencias y acuerdos de asociación.

Caribou le otorgó a Integrated DNA Technologies el derecho de vender a los investigadores de biología lo que necesitaran para los experimentos de edición de genes. Genus, una firma de genética animal pagó a Caribou una cantidad no revelada por el derecho exclusivo de usar su tecnología patentada Crispr para diseñar los genes de los cerdos y otros animales. De manera similar, el Laboratorio Jackson le está pagando a Caribou el uso de Crispr para diseñar nuevas poblaciones de ratones de investigación que modelan enfermedades humanas.

Pronto, Haurwitz tendrá que buscar capital de riesgo nuevamente, ya que Caribou se ha orientado hacia el desarrollo de medicamentos, que es caro, pero potencialmente más lucrativo. Su primer enfoque: mejorar las terapias contra el cáncer existentes, que toman las células inmunitarias de los pacientes y las capacitan para atacar el cáncer. Crispr, dice ella, podría usarse para editar el ADN de células inmunes de donantes sanos para que estas células puedan administrarse a cualquier paciente con cáncer. La compañía planea iniciar pruebas en humanos el próximo año. Hay competencia de Allogene Therapeutics y su socio Cellectis, que tienen un capital de mercado combinado de 3,900 mdd.

Caribou también está desarrollando un programa en otra área de moda: el microbioma, o las muchas bacterias que habitan en todas las partes del cuerpo humano, particularmente en el intestino.

Esta vez, los inversionistas saben lo que es Crispr, y Haurwitz ya se ha ganado a algunos. “Ella es una de las pocas personas que he conocido en mi vida que es capaz de alternar entre la conversación de negocios y la conversación científica en un abrir y cerrar de ojos”, dice Ambar Bhattacharyya, un inversionista de Caribou en Maverick Ventures.

Más allá de la competencia, existe un conflicto de propiedad intelectual. Las solicitudes de patentes superpuestas de la Universidad de California y el Instituto Broad surgieron en lo tocante a la tecnología fundamental, que involucra una enzima llamada Cas9, utilizada para cortar el ADN. Una demanda entre las instituciones fue fallada a favor de Broad. La Oficina de Patentes de Estados Unidos, no obstante, ha otorgado patentes a ambas firmas. Las patentes de la UC reclaman derechos más amplios de los que se demostraron en su solicitud, dice Lisa Ouellette, profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Stanford, y podría hacerlos vulnerables a un desafío legal. (UC no está de acuerdo.)

Quienquiera que posea la tecnología tendrá que pagar una gran cantidad de dinero. Caribou puede ejecutar ensayos relacionados con un gen en particular, pero, si otras compañías desean realizar ensayos referidos a otros genes, es posible que tengan que acercarse a Caribou, dice Jacob Sherkow, profesor de la Escuela de Derecho de Nueva York. “Tendrán que pagar generosamente”.

Dejando de lado las batallas legales, el nuevo campo corre el riesgo de generar una reacción pública. En noviembre, el científico chino He Jiankui anunció que había usado Crispr para remendar los genomas de embriones humanos nacidos como gemelas, hecho que incrementó la presión sobre los científicos de Crispr para que consideren la ética al momento de usar una tecnología que altera la vida. Los acuerdos de licencia de Caribou incluyen lenguaje para evitar su uso en embriones humanos, dice Haurwitz.

Doudna comenta que los investigadores deben examinar la ciencia de editar los genes de los embriones, y luego la población debe discutir sobre cómo usarla de manera responsable. “¿Existen necesidades médicas reales no satisfechas que requieren este tipo de edición o no? En mi opinión, ésa es la pregunta”.

El debate sobre la respuesta dará forma al camino de Crispr hacia la comercialización, un camino que tiene un inmenso potencial para sus jóvenes fundadores, y la probabilidad de generar controversias y conflictos aún mayores.

Reflexión final:

Somos máquinas de supervivencia, vehículos robotizados, ciegamente programados para preservar las egoístas moléculas conocidas como genes”: Rrichard Dawkins

¿Cómo invertir?

Por Ken Kam*

La tecnología Crispr puede ser la clave para una serie de nuevos fármacos de gran éxito, pero el camino por andar podría estar lleno de baches. Dentro de unos años, las compañías de Crispr que operan con éxito el mundo de descubrimientos de medicamentos necesitarán una fuerza de ventas. La mayor parte del valor económico de una droga a menudo termina en el comercializador, no en el desarrollador. Es común que un comercializador de medicamentos pague una regalía a un desarrollador de medicamentos en el rango de 20% o menos. Las compañías que probablemente comercialicen estos medicamentos, como Eli Lilly, Amgen y Gilead, son buenas opciones para invertir en tecnología de Crispr, pues hay mucho menos riesgo. (Ex gerente de fondos de inversión y fundador y director ejecutivo de Marketocracy).

De un “proyecto esotérico” a la tecnología de edición genética Crispr
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